Mientras tanto, en la sala de espera, Samuel regresó con café para todos. El aroma tibiamente amargo del grano recién preparado pareció aliviar, aunque fuera un poco, la tensión que impregnaba el ambiente. Isabella se acercó a Victoria y la abrazó con ternura, sintiendo el temblor contenido en el cuerpo de la mujer que, pese a todo, mantenía la entereza.
—Todo saldrá bien, señora Victoria. Ya Leonardo salió del peligro. Solo toca esperar que se recupere, y lo tendremos en casa muy pronto —dijo Isabella con voz suave, intentando transmitir calma.
Victoria le devolvió el gesto, acariciándole el rostro como si fuera su propia hija.
—Gracias, hija... gracias por tus palabras.
La familia se unió a ese abrazo, fortaleciéndose unos a otros con la esperanza y el amor que los unía, más allá de las heridas y los rencores del pasado. Fue entonces cuando una enfermera se acercó, interrumpiendo con voz amable pero firme:
—Pueden pasar a ver al paciente. Traten de no hacer mucho ruido, por favor.
—