El cielo comenzaba a teñirse con los colores del alba cuando Victoria salió de la casa, vestida con un abrigo gris que contrastaba con la palidez de su rostro. Su andar era firme, pero sus manos temblaban mientras se acercaba al auto. Samuel la seguía con la mirada desde la puerta, acompañado por Rosa y los hombres del equipo especial, todos vestidos de negro, con chalecos discretos y dispositivos de comunicación. Uno de ellos se le acercó y colocó un pequeño rastreador en el dobladillo de su abrigo.
—Estaremos siguiendola todo el tiempo, señora Victoria —dijo con voz serena—. Si algo sale mal, actuaremos.
Victoria asentándose con un ligero movimiento de cabeza. No confiaba del todo en el plan, pero sabía que no tenía otra opción. Subió al volante, respiró hondo y subió el motor. Mientras se alejaba, vio por el retrovisor a Rosa rezando en silencio y Samuel apretando los puños con fuerza.
La ciudad todavía dormía cuando el teléfono de Victoria comenzó a sonar. Sintió un vuelo en el es