El viento suave rozaba mis hombros y los tacones se hundían un poco en la hierba. Cada paso hacía que mi corazón latiera más rápido, como si mi cuerpo supiera algo que mi cabeza todavía no tinha entendido.
Y entonces… le vi.
Justo al principio del puente, de espaldas al lago, estaba Diogo.
Con un esmoquin.
Guapísimo de un jeito que me hizo olvidar hasta cómo se respiraba.
Sentí un escalofrío recorrerme entera. Las piernas me temblaron y me quedé ahí, plantada, mirándole sin poder moverme, con el pecho a punto de estallar. Cuando él se giró y sonrió de esa forma tranquila, segura, tan suya… todo lo demás dejó de existir.
Se acercó despacio, con la mirada clavada en mí, y cuando llegó a mi lado rodeó mi cintura con un brazo firme, acercándome suavemente a su cuerpo.
— Estás preciosa — murmuró con la voz baja y ronca, provocándome un escalofrío que me subió por toda la piel.
Intenté reír, pero salió como un suspiro tembloroso.
— ¿Qué haces aquí… y vestido así?
— Sorpresa — respondió con