**“Tras ser traicionada por su exnovio, Larissa decide renunciar al amor y centrarse en ayudar a su padre con la empresa familiar. Para cumplir una promesa y resolver las finanzas de la compañía, se ve obligada a casarse con Alessandro, un hombre al que apenas conoce, pero que ocupa una posición poderosa e influyente. El matrimonio, inicialmente pragmático y sin emociones, acaba revelando una nueva faceta de Alessandro y, poco a poco, Larissa empieza a enamorarse de él, descubriendo un amor inesperado a su lado. Sin embargo, la estabilidad de su vida da un vuelco cuando un antiguo amor de Alessandro regresa, poniendo a prueba la confianza entre ellos. Desesperada e insegura, Larissa se siente rechazada por Alessandro, quien, arrastrado por la lealtad a su pasado, le pide el divorcio. El dolor de perder al hombre del que se ha enamorado resulta devastador. A pesar de la tristeza, acepta la separación, comprendiendo que, a veces, el destino exige que incluso el amor verdadero sea dejado atrás. Pero quizá Alessandro descubra demasiado tarde que eligió a la mujer equivocada.”**
Leer más(Larissa)
Luciano y yo estábamos a punto de cumplir tres años de noviazgo, y apenas podía contener mi emoción, ya que mi mejor amiga, Samira, me había contado que lo vio más temprano en el centro comercial, en una joyería, eligiendo un anillo precioso.
Ella estaba convencida de que se trataba de un anillo de compromiso, y mi corazón latía con fuerza al imaginar que realmente podría ser una propuesta de matrimonio. Siempre soñé con ese momento.
Estaba sentada en el restaurante donde habíamos quedado, observando a las parejas que pasaban, las risas, los abrazos y los besos. Pero el tiempo fue pasando y Luciano no aparecía. Cogí el móvil y le llamé; contestó al tercer intento, pero sonaba confuso.
—¿Larissa? ¿Qué pasa?
—¿Qué pasa? Luciano, quedamos en vernos, ¿lo has olvidado?
—Ah… Yo… Cariño, tengo que resolver unas cosas. No puedo hablar ahora. Luego hablamos, ¿vale?
La llamada se cortó antes de que pudiera responder. Sentí un nudo en el pecho. ¿Qué estaba resolviendo? Pasaron dos horas y mi esperanza se convirtió en frustración. Respiré hondo y decidí marcharme.
Conduje sin rumbo un buen rato hasta que decidí pasar por el piso que estábamos comprando juntos. Luciano insistía en que lo pagáramos con nuestro propio esfuerzo, sin ayuda de mi padre, que era un gran empresario.
Cuando aparqué frente al edificio, vi que su coche también estaba allí. Mi corazón se llenó de esperanza. Quizá me estaba preparando una sorpresa.
Subí en el ascensor y, al llegar, puse mi huella en la cerradura de la puerta. Se abrió y entré sonriendo, pero mi sonrisa se borró al instante al ver ropa tirada por el suelo. Ropa suya y de una mujer.
El pecho se me oprimió, el aire no entraba en mis pulmones. Avancé despacio, el silencio solo roto por gemidos apagados que venían del dormitorio. Nuestro dormitorio.
Cada paso era una puñalada. Me detuve en el pasillo, viendo que la puerta estaba entornada. La empujé y sentí cómo mi mundo se desmoronaba.
Luciano estaba allí… con Samira. Mi mejor amiga. Ella estaba encima de él, los dos desnudos, en un colchón en el suelo. Mi corazón se detuvo un instante. Quise creer que aquello no era real. Pero lo era.
—¡Malditos! —mi voz salió débil, pero cargada de dolor y odio.
Los dos se sobresaltaron y me miraron, petrificados. Samira tiró de la sábana para cubrirse, y Luciano se incorporó de golpe, con los ojos desorbitados.
—¡Larissa! No es lo que piensas —dijo desesperado, levantándose y viniendo hacia mí.
Mi mano actuó antes que mi mente y le di una bofetada fuerte. El sonido retumbó en la habitación y Luciano se llevó la mano a la cara, atónito.
—¿No es lo que pienso? ¿De verdad, Luciano? ¿Crees que soy idiota?
—¡Puedo explicarlo!
—¡CÁLLATE! No quiero escuchar tus patéticas excusas.
Mis ojos se clavaron en Samira. Ella permanecía en silencio, incapaz de mirarme.
—¿Cómo pudiste? —mi voz se quebró—. Eras mi mejor amiga, Samira. ¡Desde el instituto!
Ella bajó la cabeza, sin decir una palabra.
Me giré para marcharme, no podía soportar un segundo más allí. Pero sentí la mano de Luciano sujetando mi brazo.
—¡Larissa, por favor, escúchame!
Me solté con fuerza, mirándole a los ojos.
—Te amé, Luciano. Estaba lista para construir una vida contigo. Y tú me destrozaste.
Salí de la habitación; las piernas me temblaban tanto que apenas podía caminar. Bajé en el ascensor, llegué al coche y, al fin, incapaz de contenerme más, lloré como nunca lo había hecho. Mi corazón estaba hecho pedazos.
***
Dos días después, estaba sentada en el sofá con un libro abierto en mi regazo. Pero no conseguía leer. Las palabras se mezclaban, incapaces de retener mi atención.
Mi mente volvía, una y otra vez, a la escena del piso. La ropa por el suelo, los cuerpos entrelazados. La traición que todavía ardía dentro de mí.
Ya había roto mi vínculo con Luciano respecto al piso. Aunque saliera perdiendo, lo único que quería era deshacerme de todo lo que aún nos uniera. En cuanto a Samira… ella era mi mejor amiga. O al menos eso creía. Siempre fui tímida, y ella me ayudaba a ser más abierta y cercana. Ahora veía que todo era pura falsedad. El amor que decían sentir por mí era una mentira.
Salí de mis pensamientos al sentir una mano en mi hombro. Alcé los ojos y vi a mi padre, mirándome con preocupación.
—¿Cómo estás, hija? —su voz era suave.
Forcé una sonrisa.
—Estoy bien.
Se sentó a mi lado en el sofá, estudiándome con atención.
—Larissa, sé que no estás bien.
Suspiré, cerrando el libro sobre mi regazo. La sonrisa falsa se borró de mi rostro.
—No lo estoy. Pero lo estaré.
Él asintió, sin insistir. Permanecimos en silencio unos instantes, hasta que decidí romperlo.
—¿Y la empresa? ¿Cómo van las cosas?
Esbozó una sonrisa forzada, la misma que yo había mostrado minutos antes.
—Todo bien.
Incliné la cabeza, entrecerrando los ojos.
—Sé que no es así.
Suspiró y se pasó la mano por el pelo.
—Los Moratti han decidido dejar de apoyar nuestra empresa. Eso traerá algunas dificultades, pero sabré cómo afrontarlo, no te preocupes.
Bajé la vista a mis manos. Lo que estaba a punto de decir era una locura, una decisión tomada en caliente. Antes, las cosas se decidían por amor, pero ahora… yo ya no quería saber nada del amor.
Respiré hondo y le miré.
—Si hubiera un matrimonio, como debería haber ocurrido hace tres años… ¿eso resolvería la situación?
Mi padre me miró, impactado.
—Lari, no. No tienes que hacer eso.
Le agarré la mano con firmeza.
—Antes no quería. Me liberaste de ese acuerdo para que pudiera vivir un amor y mira lo que he ganado: un buen par de cuernos. Me han traicionado dos veces.
Él me miró con pesar.
—Hija, aun así, todavía puedes encontrar un nuevo amor. No quiero atarte a un matrimonio sin fecha de final.
Apreté su mano con más fuerza.
—El señor Elías se enfadó cuando rompiste el acuerdo que hicisteis años atrás. Pero ahora podemos cumplirlo. Ponte en contacto con él y, si está de acuerdo, me casaré con Alessandro Moratti.
Mi padre abrió la boca para protestar, pero hablé antes de que pudiera hacerlo.
—Y no tienes por qué preocuparte. Nunca más querré saber nada de un nuevo amor.
El mundo parecía borroso cuando abrí los ojos.El dolor en la cabeza latía con fuerza, y sentí el sabor metálico de la sangre en la boca. Me llevé la mano al rostro y noté que me había cortado el labio. El cinturón todavía me sujetaba, y durante un instante me quedé allí, escuchando el motor ahogarse y mi propia respiración entrecortada.Intenté concentrarme.Mierda… el coche.El olor a tierra mojada y a humo de motor quemado me golpeó de lleno.Me obligué a salir.La puerta chirriaba, atascada, pero empujé con fuerza y logré abrirla. Salí tambaleándom
(Alessandro)La clínica estaba en silencio y el pasillo olía a desinfectante y a una tranquilidad fingida. Pero nada de aquello me calmaba.Mis pasos eran firmes, aunque sentía un dolor sordo donde antes había un órgano menos. Pero era curioso… después de todo lo que había vivido en los últimos días, ese dolor físico era lo de menos.Abrí la puerta de la habitación despacio.Cauã estaba allí, sentado frente al televisor, los ojos clavados en la pantalla como si aquello consiguiera distraerle por un segundo. Cuando me vio, una sonrisa leve apareció en sus labios.— Hola. — dijo bajo, arrastrando la voz.
(Alessandro)Cerré la puerta de casa con un golpe seco y me quedé apoyado contra ella un instante. Ese silencio me envolvió y, por primera vez en días, sentí el peso de mi propio cuerpo cobrando factura.Había pasado horas en el hospital, y después más horas con Gabriel hasta que por fin se quedó dormido. Él estaba bien, pero... Dios mío, yo estaba destrozado.No era solo físico, era todo. La mente, los sentimientos, esa maldita impotencia que me carcomía por dentro.Subí las escaleras sin encender las luces. Conocía aquel lugar con los ojos cerrados y, en el fondo, creo que necesitaba la penumbra para no enfrentarme al desastre e
Enzo se giró de nuevo hacia Matheus, la sonrisa cínica dando paso a una mirada afilada, casi curiosa, como si estuviera a punto de soltar una pregunta retorcida.Pero yo no pude contenerme.—¿Qué quisiste decir con eso del divorcio? —pregunté, la voz temblorosa, pero firme—. ¿Cómo sabes tú eso?Él se detuvo en seco, justo a mitad de camino hacia su hermano. Giró la cara lentamente hacia mí, los ojos brillando con esa diversión sádica que me revolvía el estómago.—Ah... ¿no lo sabías? —soltó una risa corta, burlona—. ¿De verdad crees que tu maridito perfecto firmó algo? Tú podrás haber firmado
(Larissa)Mis manos ardían. La cuerda me apretaba la muñeca hasta el punto de que ya no sabía qué era dolor y qué era entumecimiento. Intentaba respirar despacio, mantener la calma. Perder la cabeza no iba a sacarme de allí. Perder la cabeza no iba a devolverme a Paula. Perder la cabeza solo haría que perdiera el poco control que todavía me quedaba.El cielo empezaba a clarear detrás de la ventana cubierta con una tabla de madera, finos haces de luz intentaban colarse por las rendijas. La noche había pasado… había sobrevivido. ¿Pero a qué precio?Me moví despacio, sentada en el suelo frío, la espalda apoyada contra la pared húmeda. Llevaba encerrada allí desde que todo ocurrió. Desde que mataron a Paula. Desde que me pusieron la capucha en la cabeza, me ataron como a un animal y me tiraron en aquel cuarto mugriento.Fui a la clínica porque necesitaba saber. Escuché a Rafael y a Diogo hablando. Eso me carcomió por dentro. Y entonces Enzo me llamó, con la voz débil, pidiendo ayuda.Y yo
(Alessandro)El coche se detuvo frente a la clínica y fui el primero en bajar. La sirena de la policía aún parpadeaba más adelante, pero el lugar estaba en silencio. Un silencio denso. Como si hubieran arrancado el aire mismo de dentro de aquel edificio.Diogo y Fernando vinieron justo detrás de mí. Caminamos entre los policías y la cinta de aislamiento. Los ojos de los agentes me siguieron; sabían quién era, pero ninguno se atrevió a detenerme.—Jesús… —murmuró Diogo al pasar por la puerta abierta de par en par.Aquello parecía un campo de batalla.Disparos por todas partes. Marcas de sangre en el suelo y en las paredes. Los cristales de la recepción destrozados, y el mostrador, usado como parapeto por alguien. En un rincón, un charco de sangre todavía fresco. No necesitaba preguntar de quién era.Tragué saliva.La adrenalina me impedía sentir el dolor de la reciente cirugía, pero mi cuerpo entero estaba helado.Atravesamos el pasillo, pasando por una puerta reventada. La luz del tec
Último capítulo