El sábado fue una locura. Alice había reservado el día para que fuéramos al centro comercial y yo confieso que, en el fondo, estaba nervioso. No tanto por las compras, sino porque verles juntos, a ella y a Lucas, ya valía cualquier cosa.
Caminaba unos pasos por detrás, observando a Alice sujetar la mano de mi hijo, señalando tiendas, comentando escaparates y, de vez en cuando, agachándose para susurrarle cotilleos sobre algunas personas que pasaban. Los dos se reían como cómplices, y yo no podía hacer otra cosa que sonreír solo.
Quién lo diría… A principios de año jamás habría imaginado que estaría aquí, en un centro comercial, comprando ropa y cosas para un hijo al que dejé con otras personas. Y, al mismo tiempo, al lado de la mujer de la que estoy completamente enamorado y que, encima, lleva otro hijo mío en el vientre.
Suspiré. Eso era la paz. Una paz que no sentía desde hacía más de nueve años.
En la tienda de decoración, Lucas parecía haber entrado en otro planeta. Miraba cada ju