No sé cómo vine a parar en esta situación. Solo sé que Chiara me estaba arrastrando, prácticamente jalándome del brazo, mientras señalaba animadísima hacia otra tienda de vestidos de lujo.
—¡Ahí! —dijo, con los ojos brillando como si hubiera encontrado un oasis en el desierto—. ¡Ahí estoy segura de que voy a encontrar el vestido perfecto!
Solté un suspiro pesado, sintiéndome ya derrotado.
—Eso dijiste en las otras cinco tiendas, Chiara —murmuré, sin poder esconder el cansancio.
—¡Ah, pero esta vez lo estoy sintiendo! —me guiñó el ojo, soltó mi brazo y ya salió corriendo hacia dentro de la tienda.
Me recosté en la pared al lado de la entrada, moviendo la cabeza.
—Yo espero aquí afuera —dije en voz alta, aunque sabía que ya ni siquiera me estaba escuchando.
Saqué el celular del bolsillo cuando vibró. Pedro. Otra vez. Respiré hondo, ya sin paciencia, listo para mandarlo a freír espárragos, cuando una pelota azul rodó hasta detenerse en mis pies.
Miré alrededor, medio confundido, y