—Me estás poniendo nervioso de esa manera... —bromeó, arqueando la ceja.
Me reí, nerviosa.
—Es algo bueno, lo juro —entonces, de una vez, comencé a explicar—. Hoy Diogo me llamó a su empresa... Me contó que hace un año compró más del ochenta por ciento de las acciones de CompanyRocha.
Vi a Rafael abrir los ojos como platos.
—Y pasó el cuarenta por ciento a mi nombre —completé.
El silencio cayó por algunos segundos.
Rafael solo me miraba fijamente, como si tratara de procesar todo aquello.
—¿Quiere decir que... —comenzó, confundido— te vas a quedar en Argentina?
Asentí, sonriendo.
—Sí. Ya decidí. Es nuestra familia, Rafael. La empresa de mi bisabuelo, por la que mi papá tanto luchó para mantener... No podía darle la espalda a esto. Ahora tengo la oportunidad de hacer algo, de recuperar lo que es nuestro.
Él suspiró pesadamente, mirando al suelo por un instante antes de volver a mirarme.
—¿Entonces me vas a abandonar? —preguntó, medio en broma, medio en serio.
Sentí el corazó