119. Descenso a las sombras
MOMENTOS ANTES:
El mecanismo del elevador gimió y se detuvo con una sacudida violenta que hizo tambalear a Malcolm y Josephine tuvo que sujetar a los niños para que no se cayeran. La cabina metálica, oxidada y maloliente, quedó inmóvil tras su descenso interminable a las entrañas de la tierra de acuerdo al punto de vista de todos. Desde que habían partido de Aurocanto en el dirigible hasta llegar a ese paraje desolado conocido como "la zona muerta", los McTavish apenas habían intercambiado palabras, no podían porque cada uno estaba inmerso en el horror de su nueva realidad.
A través de los barrotes del elevador, la oscuridad casi total era interrumpida por algunas luces azuladas que destellaban en la distancia: piedras de aerolita que proporcionaban la única iluminación en aquel mundo subterráneo. El aire era denso, lleno de humedad y olores desconocidos que incluso con el olfato deteriorado de Malcolm resultaban abrumadores.
—Bienvenidos al Distrito de las Sombras —anunció el guardia