120. La Druida Dorada
El hombre aulló de dolor, pero otro aprovechó la distracción para atacar a Malcolm por la espalda. Un golpe contundente en la nuca lo hizo tambalearse.
—¡Papi! —exclamó Lyra mientras Malcolm se giró para enfrentar a su nuevo atacante, solo para encontrarse con la hoja de una espada apuntando directamente a su garganta.
—¿Y cómo nos detendrás, McTavish? —se burló el Omega, antes Alfa, que sostenía el arma—. Ya no eres nadie aquí. Solo otro Omega condenado, como todos nosotros y peor aún, desarmado...
Malcolm evaluó la situación rápidamente. Años de entrenamiento habían agudizado sus reflejos. Con un movimiento rápido, esquivó la espada y golpeó el brazo de su atacante, logrando que este soltara el arma. La espada cayó al suelo con un tintineo metálico, y Malcolm se lanzó a por ella para atraparla.
Sus dedos apenas rozaron la empuñadura cuando cuatro lobos se abalanzaron sobre él, derribándolo. Puños y botas golpearon su cuerpo mientras intentaba liberarse, no le daban espacio, lo tenían