El aire olía distinto esa mañana.
Era dulce… pero con un fondo metálico. Como si la brisa llevara consigo el eco de algo derramado. Algo que no debería haber sido visto.
Luisa despertó con el amanecer entrando a ráfagas entre las cortinas. La luz no le trajo paz. Su cuerpo estaba tibio, envuelto aún en el calor de una presencia que ya no estaba: Raúl había pasado la noche a su lado, sentado, sin cruzar la línea invisible del respeto. Como prometió. Como siempre hacía.
Pero ahora ella deseaba que la cruzara.
No con deseo físico, sino con lo que más necesitaba: verdad.
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El desayuno transcurrió en tensión. Victor evitaba su mirada. El Consejo no se había reunido en dos días. Dominique patrullaba los pasillos con los nervios en punta, como si esperara que alguien atacara desde las paredes mismas.
Luisa observaba todo en silencio.
Sabía que algo estaba por romperse.
Sabía que sería ella quien lo rompería primero.
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A media mañana, encontró en su escritorio un sobre sellado. No tenía r