Luisa no regresó esa noche a la mansión del Rey. No porque Raúl se lo pidiera —él cumplió su palabra, le abrió la puerta—, sino porque al mirarse en el reflejo de aquel ventanal infinito, supo que su vida había cambiado. Ya no podía volver a ser invisible. --- El amanecer la encontró sola en un penthouse silencioso, con los cristales empañados por la niebla. La ciudad seguía latiendo allá afuera, indiferente. Sobre la mesa de la cocina había un desayuno completo, pero intacto. Y junto a él, una caja pequeña, negra, sellada con el símbolo del Clan Ferré: un lobo mecánico en posición de ataque. Dentro, un colgante de obsidiana y acero, delicado y pesado al mismo tiempo. No tenía marca, pero sí un mensaje oculto en su interior: “Para la que ya no huye.” Luisa lo sostuvo contra su pecho, temblando. No de miedo… sino de certeza. --- Volvió a la mansión cerca del mediodía, escoltada por uno de los automóviles sin conductor de Raúl. Al llegar, Dominique ya la esperaba en la entrada. Su
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