La lluvia regresó esa semana, como un recordatorio de que las heridas no cicatrizan con rapidez.
En la torre Ferré, los ventanales temblaban bajo el peso del agua. Pero adentro, todo seguía funcionando con la misma precisión clínica de siempre. Las reuniones, los informes, los movimientos de poder. Todo impecable. Todo frío.
Excepto Raúl.
Había cambiado.
No de forma visible. No era menos dominante, ni más amable. Pero su silencio ya no era distancia, sino contención. Y sus gestos ya no parecían estrategia, sino defensa.
Luisa lo notaba en las madrugadas, cuando lo sorprendía leyendo los mismos documentos una y otra vez, como si buscara algo que no estaba allí.
—¿No confías en mí? —le preguntó una noche, desde el umbral del estudio.
Raúl alzó la vista.
—Confío en lo que puedes hacer. En lo que puedes llegar a ser.
—¿Y en mí?
Él guardó silencio.
—No sé cómo hacerlo —confesó al fin—. El amor… no fue parte de mi entrenamiento.
Luisa cruzó la sala. Se detuvo frente a él. No lo tocó.
—Yo tam