98. El peor tipo de castigo.
Narra Lorena.
El mundo parece detenerse cuando cruzamos la vieja gasolinera abandonada al borde del último pueblo.
Danny, con las manos firmes en el volante, su cabello desordenado por el viento, sonríe por primera vez en horas.
—Lo logramos, ¿no? —susurra, como si tuviera miedo de romper el hechizo.
—Eso parece —respondo, aunque algo en mi pecho me grita que no cante victoria tan rápido.
La carretera se abre delante de nosotros, desierta, dormida bajo el cielo negro.
No hay luces azules.
No hay coches negros.
No hay balas.
Solo el ronroneo lastimero del escarabajo y nuestro alivio a medio cocer.
Danny ríe, una risa rota pero genuina.
—Cuando llegue a casa, voy a abrazar a mi mamá tan fuerte que le voy a romper las costillas.
Yo sonrío también, aunque sé que mi destino no es tan simple.
No tengo una casa.
No tengo una madre que me espere.
No tengo nada.
Solo enemigos.
Solo sangre pendiente.
Pero, por un segundo, dejo que esa risa me caliente los huesos.
Por un segundo, me permito imag