99. Estoy por hacer historia, nena.
Narra Ruiz.
La puerta chirría cuando entro. No porque esté rota. Porque quiero que suene. Quiero que sepa que llegué. Que me sienta antes de verme. Que el sonido le baje por la espina dorsal como una advertencia suave. Estoy de buen humor. El tipo de humor que tiene un dios cuando castiga con elegancia.
Lorena levanta la cabeza. Está sentada en la silla, con los tobillos cruzados como si todavía estuviera en control. Hermosa, incluso en ruinas. Esa mujer no entiende que no se la puede doblegar, solo se la puede romper desde adentro. Como a una caja fuerte vieja: no sirve forzarla, hay que conocer su código.
—¿Así que volviste a los escenarios? —le digo, con una sonrisa ladeada—. Aunque debo admitir que esa peluca te hacía ver como una extra de novela barata.
Ella no dice nada al principio. Pero sé que va a hablar. Siempre lo hacen. El silencio no es resistencia, es estrategia. Y yo inventé ese juego.
—¿Dónde está la piba? —me pregunta al fin. La voz firme. Como si no le doliera.
Enton