544. El último vistazo.
Narra Dulce.
El aire se quiebra en pedazos cuando escucho el sonido metálico, sordo, como un clic que no pertenece a esta habitación sino a algo más grande, más terrible, un ruido diminuto que, sin embargo, se expande como una explosión en mi cabeza. Tomás, incluso con el cuerpo aplastado bajo el peso de mi padre, sonríe como un niño travieso que acaba de terminar su truco favorito, y siento que mi piel se hiela porque sé, aunque nadie lo diga, que ese gesto significa algo mucho más cruel que una simple amenaza.
—Ya está hecho —dice, con la voz rota, pero cargada de ese placer venenoso que me desarma—. En cinco minutos, todos estarán muertos.
El silencio que sigue es absoluto, tan espeso que casi me duele. Veo a Gomes tensar la mandíbula, sus ojos se mueven rápido, calculando, mientras Jean Pierre ladea la cabeza, curioso, como si en vez de estar frente a un infierno inminente asistiera a una función de teatro que lo divierte. Los hombres armados se miran entre sí, incómodos, pero nad