522. Los faros en la noche.
Narra Tomás Villa.
El silencio de la carretera es un murmullo que se estira como un río oscuro bajo el peso de la noche, y el motor de mi coche es la única constante que rompe esa calma artificial, ese manto de quietud que parece protegernos pero que en realidad encubre la amenaza que se acerca desde atrás. Dulce duerme recostada en mi hombro, su respiración es leve, acompasada, como si el mundo no pudiera alcanzarla en ese instante, y yo conduzco con una serenidad estudiada, aunque mis ojos no dejan de registrar cada movimiento en los espejos, cada reflejo que la carretera devuelve en su asfalto brillante, cada chispa de luz que podría significar algo más que un simple viajero nocturno.
Es entonces cuando lo noto: dos vehículos a lo lejos, demasiado distantes para parecer hostiles, demasiado cercanos para no serlo. No adelantan, no retroceden, imitan mis giros con una exactitud que despierta en mí esa certeza instintiva, la misma que me ha salvado tantas veces: no son casualidad, son