485. Mi droga se llama Tomás.
Narra Dulce.
No sé en qué momento pasó, no sé si fue esa primera vez que me tocó como si ya me conociera de antes o si fue en el instante en que me dijo que yo era perfección, lo cierto es que desde entonces no puedo soltarlo, no puedo respirar si no está cerca, no puedo dormir sin sentir su calor pegado al mío, y me descubro buscándolo con los ojos cada vez que entra en una habitación, como si mi cuerpo reaccionara antes que mi mente, como si hubiera quedado marcada, sellada por dentro, y aunque una parte de mí se burla de lo rápido que me volví adicta, otra, más silenciosa y más peligrosa, disfruta de esa dependencia como si fuera un refugio oscuro donde por fin estoy a salvo.
Él lo sabe, claro que lo sabe, lo nota en cómo me acerco incluso cuando no me llama, en cómo mi mano busca la suya bajo la mesa, en cómo me muerdo los labios cuando se demora en contestar a mis preguntas. Y lejos de rechazarme, juega con eso, me sostiene y me suelta, me acaricia y me ignora, como si estuviera