458. Duda venenosa.

Narra Dulce.

Me paro con lentitud, como si mis músculos aún no entendieran que no estoy muerta. El sol entra a pedacitos por entre las cortinas gruesas. Todo tiene esa luz dorada que embellece lo que no debe brillar. Sobre la silla, la bata de seda negra. Perfecta. Carísima. Fría. Suya.

Me la pongo. Siento su tacto en mi piel aunque no esté. Como si Jean-Pierre me rozara con la mirada desde lejos. Ese tipo tiene manos que no tocan, y sin embargo marcan.

Camino hacia el baño. Piso el mármol descalza. El espejo no me perdona. Me devuelve una imagen que no sé si es mía o una invención de su deseo.

El pelo alborotado, el cuello manchado con un resto del perfume que él usa. Las pupilas dilatadas, como si aún no se fueran del todo las sobras del placer, del miedo, del control disfrazado de ternura.

Me acerco. Me toco la cara. Me acaricio la boca. No sonrío.

¿Y si esto también es mentira?

La pregunta cae como una gota de ácido en una copa de cristal. Frágil. Precisa.

¿Qué si también me está
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