459. La última máscara.
Narra Dulce.
La luz que envuelve la habitación no viene de una lámpara ni de la calle; no es cálida, ni fría, ni siquiera parece artificial. Es una claridad espesa y opaca, como si la noche misma hubiera decidido deslizarse entre las cortinas para instalarnos en una penumbra cómplice, dispuesta a observar sin pestañear cómo se besan dos personas que hace tiempo dejaron de saber si lo que las une es deseo o necesidad, ternura o cálculo, amor o la simple costumbre de usarse mutuamente.
Estoy desnuda sobre las sábanas, sintiendo el contacto suave y casi insultante de una tela demasiado perfecta para pertenecerme. Jean-Pierre permanece sentado al borde de la cama, con una copa de coñac en la mano que no ha probado; sus dedos largos sostienen el cristal como si sostuvieran un secreto, y su mirada, perdida más allá del ventanal, parece buscar en el cielo una respuesta que, sospecho, ni siquiera quiere escuchar.
Yo también quiero respuestas, pero esta vez no las busco en las palabras. Me inc