431. El beso de la víbora.
Narra Bruno.
El aire en la habitación se corta como un hilo tenso que amenaza con romperse, cargado de esa electricidad previa a la tormenta, esa que eriza la piel sin necesidad de tocarla. Las paredes parecen acercarse, cerrando el espacio, absorbiendo el poco oxígeno que queda. Hay una lámpara en la esquina, su luz amarillenta apenas dibuja sombras alargadas sobre la alfombra, y cada silueta parece un animal agazapado, listo para saltar. El silencio pesa, denso, roto apenas por el golpeteo de mi propio pulso en las sienes.
Estoy pensando, planeando, moviendo mis piezas como en un tablero que solo yo veo, adelantando jugadas que quizá no tenga tiempo de ejecutar. El plan es simple en mi cabeza: usar a Dulce como cebo, sí… pero solo para protegerla, para mantenerla con vida aunque ella jamás sepa el precio. Lo hago en las sombras, en un terreno donde no hay testigos ni absoluciones.
Ella no sabe nada… hasta que esa noche todo se derrumba. No hay tiempo de cubrir huellas. Dulce ve más