410. Nunca dije que no sabía morder.
Narra Dulce.
El infierno no siempre huele a azufre. A veces tiene perfume barato, paredes con humedad y manos sucias que no saben lo que es pedir permiso.
No sé por qué volví.
No sé si fue el alcohol o la bronca, o esa sensación constante de querer romperme a mí misma antes de que lo haga alguien más.
Pero volví.
Subí las escaleras tambaleando, con las medias bajadas, el rimel corrido y una parte de mí gritando que me fuera.
Que corriera a los brazos de Sami. Que llorara. Que pidiera ayuda.
Pero no.
Me odiaba lo suficiente como para enfrentar el vómito del mundo sola.
Abro la puerta.
Él está ahí.
Sentado en el borde de la cama, con la camisa medio abierta, fumando.
—Pensé que te habías ido, princesa —dice con una sonrisa que no me llega.
—Me olvidé algo —le miento.
—¿El orgullo?
No contesto. Camino directo al bolso, pero ni llego. Su mano me agarra del brazo. Fuerte.
—Pará. No seas así. Te estoy cuidando. ¿No te gusta que te cuiden?
Me quiero soltar.
—Soltame, forro.
—No me hables así