406. La sangre llama, aunque la lengua mienta.
Narra Dulce.
No hay silencio más cruel que el que se cuela en la cabeza cuando el mundo duerme y vos no podés.
Sami duerme como si el mundo no doliera.
Está enredada en las sábanas, con el cuerpo tibio y la respiración lenta.
Tiene una pierna encima mío. Su brazo rodeándome.
Y, sin embargo, yo no puedo dormir.
Hace horas que me revuelco.
Y no es por la cama.
Ni por el calor.
Ni siquiera por el miedo ese que me vibra en la nuca desde que salimos del boliche.
Es por la oscuridad.
La de adentro.
La que me trae voces.
“No lo busques.”
“No digas su nombre.”
“Es por tu bien.”
Lorena.
La gran actriz de mi infancia.
Con su cara linda y esa voz suave que usaba para convencerme de que todo era para protegerme.
Una vez —tendría diez, once años—, puse el nombre en Google.
Así de simple.
Ruiz.
No tenía ni apellido. Solo un nombre. Una sombra.
Pero lo escribí.
Y después, algo más. Una frase que había escuchado a escondidas, una noche en que mamá hablaba con alguien por teléfono, llorando.
"Él era e