40. Con el enemigo, entre las sábanas.
Narra. Lorena.
Regresar es un arte que se aprende con cicatrices.
Me pinté los labios como si fuera a matar con ellos.
Los ojos delineados, afilados como cuchillas.
Una falda ajustada, negra, de esas que hablan sin decir una palabra.
El perfume justo. Ese que a Ruiz siempre le hacía cerrar los ojos como si respirarme fuera un ritual.
La ironía es eso: tener que seducir al hombre que tal vez me robó la vida.
O peor… al que la convirtió en esta versión de mí que no reconozco.
El cabaret está en ruinas parciales.
No por fuera —las luces siguen titilando, el cartel se mantiene firme—, pero adentro se respira otro aire.
Los rostros son nuevos, y los viejos… están ausentes, o muertos.
Me muevo entre pasillos con paso seguro.
Cierro heridas con maquillaje, sonrisas falsas, abrazos que huelen a pólvora.
Bárbara me advirtió: no le digas nada, no lo acuses todavía.
Averiguá primero.
Y después… después hacelo arder.
—Señorita Lorena —me dice El Caimán, uno de los nuevos socios, apenas cruzo el v