335. Olor a papel quemado.
Narra Gomes.
Hay un momento en el que las pistas no hablan. No gritan. No piden ayuda. Solo están ahí, esperando que uno las vea por lo que son. Y yo aprendí, después de tantos años, que cuando todo se vuelve demasiado limpio, es porque alguien ya pasó con la escoba.
El papel quemado llegó esta mañana.
Un sobre anónimo, sin remitente, ni estampilla, ni nada. Solo un trozo de hoja, con bordes chamuscados, y un fragmento de código binario mal impreso, como si lo hubieran sacado de una impresora rota. Pero el mensaje estaba ahí. Disfrazado.
Lo llevé al laboratorio de informática del departamento. Les dije que era parte de un caso viejo. Un hacker suicida, algo así. Lo descifraron en tres horas.
Una sola palabra.
“Auditorio.”
Y una coordenada.
Pero las coordenadas no están completas. La segunda línea aparece interrumpida. Como si el documento hubiese sido escaneado antes de que terminara de imprimirse.
Auditorio.
¿Puede ser un señuelo?
Sí.
¿Puede ser real?
También.
Los ojos me arden. Hace