334. No me olvides.
Narra Lorena.
Fingir el sueño fue más difícil que caer en él.
Lo supe desde la primera inyección, esa que me dejó flotando por dentro, como si el cuerpo se me hubiera convertido en un médano sin huesos. Tomás pensó que la droga era suficiente. Que podía manejarme con dosis, con palabras dulces, con su mano rozándome la frente como si estuviera cuidándome. No supo ver lo que realmente hacía: marcarme.
Yo me dejé hacer.
Porque cuando uno está débil, lo único que le queda es la mentira.
Y yo sé mentir mejor que nadie.
Por eso, ahora, cuando el pasillo queda en silencio y la luz de los tubos parpadea con esa intermitencia de clínica vieja, me muevo. No camino rápido, no me apresuro. Cada paso duele, pero no se nota. Aprendí a ocultar el dolor antes que el deseo.
Cruzo la sala de observación como si flotara. La bata blanca me da frío en los tobillos, pero me da algo más importante: anonimato. Nadie mira a quien parece frágil. Nadie detiene a la que se tambalea.
Doblo a la derecha, paso fre