32. La memoria es un arma cargada.
Narra Lorena
No fue fácil dar con él.
Tuve que mover piezas que había enterrado con cuidado, fingir nombres, revivir códigos viejos, disfrazarme de mí misma veinte veces.
Pero lo logré.
Está sentado frente a mí, en un bar que huele a sudor seco y a sopa vieja, con el mismo sombrero sucio y los dedos amarillentos por la nicotina.
El tiempo no lo perdonó.
Y, sin embargo, sigue oliendo a pólvora y peligro.
—Nunca pensé que volverías a buscarme, muñeca —dice sin sonreír.
—Tampoco pensé que volvería a querer largarme de este infierno.
—¿Ruiz?
Asiento.
—Estás durmiendo con un caimán con hambre —suelta, tomando un trago de ron barato—. Pensé que ya habías aprendido.
—Pensé que él era distinto.
Silencio.
En esta ciudad, eso es lo más estúpido que puede decirse.
—¿Tenés pasaportes?
—Siempre.
—¿Rutas seguras?
—Hay una. Pero es cara. Y peligrosa.
—Todo lo que vale la pena lo es.
Me observa.
Sus ojos son más claros de lo que recordaba.
—¿Y el chico?
El corazón me da un vuelco.
No habíamos dicho n