303. El nombre detrás del vidrio.
Narra Tomás Villa.
Las obras más potentes no nacen del amor.
El amor idealiza, maquilla, suaviza.
Las verdaderas obras —las que se quedan, las que se clavan— nacen del desgarro.
De esa vibración anterior al colapso, ese instante justo antes de quebrarse, cuando el silencio se estira como una piel tensa, fina, al borde del desgarrón.
Ahí.
En esa tensión.
En esa inminencia sin alivio.
Es donde armo mi guion.
Mi verdadero templo.
Y ahora… ahora la escena está lista para el próximo acto.
La comunicación es breve. Siempre lo es.
Mi cómplice no es de hablar mucho.
No lo necesita.
Nos entendemos en clave. En gestos digitales.
En lo que no se dice.
En lo que queda flotando entre líneas.
Me siento frente al monitor con una copa de vino que no tomé por gusto, sino por estética.
Los detalles importan.
Siempre importan.
Cada elemento forma parte del cuadro.
El vino oscuro.
La luz baja.
La tensión en mis dedos.
El cristal reflejando mi rostro multiplicado.
Pulso el canal seguro.
El sistema está di