288. Toma uno.
Narra el asesino (anónimo)
El ojo de la cámara es una criatura paciente. No parpadea. No juzga. Solo observa.
A veces creo que debería haber sido director de cine.
Pero no del cine que premian en los festivales.
No.
Del otro.
El que se filma en la mente y se proyecta en la piel.
El que deja huellas en la carne, no en la retina.
El que incomoda. El que no puede olvidarse, aunque se intente.
La locación de hoy me costó semanas.
Una fábrica abandonada en las afueras.
Amplia, con techos altos y ventanales rotos que dejan entrar la luz exacta a la hora exacta.
Una luz cenicienta, oblicua, que arrastra polvo en cada rayo.
Una atmósfera suspendida entre el olvido y la expectativa.
No quiero efectos especiales, quiero crudo, quiero natural, como el miedo. El miedo no tiene banda sonora. Respira en silencio. Se pega al hueso.
He dispuesto el espacio como se disponen los sueños: con lógica invisible.
Un colchón quemado en el centro, rodeado de espejos sucios.
Una radio vieja que transmite estát