257. En nombre del deseo.
Narra Gomes.
Tres días después.
Belgrano está agitado, como si la muerte caminara en puntas de pie por sus veredas elegantes. Encuentran a un exconcejal retirado, atado a una silla en el living de su departamento. Las paredes, empapeladas con hojas arrancadas de la novela. Clavadas con clavos oxidados. Y en la garganta… en la garganta tiene un cartel colgando, cosido con hilo de pescar. Dice: "El monstruo también tenía nombre."
Entramos primero con Marina. El cuerpo todavía está tibio. El olor a sangre, fresco, metálico, denso. La escena parece un cuadro. Cada detalle calculado al milímetro. Como si el asesino supiera lo que hace, como si entendiera el poder exacto de una palabra puesta en el lugar justo. Y no son cualquier palabra. Son las de ella. Las de Lorena.
Marina levanta una hoja con los dedos enguantados. La mira.
—Capítulo nueve —dice.
Yo ya sé de qué habla. Lo tengo tatuado en la cabeza. Ese capítulo. El suicidio simulado de un político que encubría redes de trata. Todo cal