256. El eco del verdugo.
Narra Gomes.
La paranoia me empieza a comer la cabeza.
Abro la heladera y, en el fondo, ahí donde ayer no había nada, me encuentro con una cajita blanca. No tiene remitente, ni nombre, ni cinta. La abro despacio, sin entender, y adentro hay una muñequita de trapo. Pelo rubio pintado con témpera, el torso atravesado por una cuchillada. Y en la base de cartón, escrito con marcador negro: "Capítulo 18."
Me quedo quieto. No llamo a nadie. No grito. No rompo nada. Me siento. La miro. Respiro.
Ya no soy solo yo el que sigue la novela. Alguien más la leyó. Alguien está jugando conmigo.
Prendo la tele. Necesito ruido. El noticiero arranca con la muerte de un empresario grosso, de esos que tienen departamentos en Puerto Madero y enemigos en todas partes. Dicen que se suicidó. Piso 47. Un salto limpio. Pero yo sé quién era ese tipo. Hace años lo habían vinculado al tráfico de menores, aunque nunca lo tocaron. En el libro, capítulo 18, El Financista cae al vacío, empujado por una figura encapuch