Narra Ruiz.

Dulce me pregunta si alguna vez maté a alguien.

Así, con esa vocecita suave, apenas apoyada en el aire, mientras dibuja con marcadores de colores en la mesa de la cocina. Está pintando un unicornio con ojos rojos y cuernos que parecen cuchillas.

—¿Por qué decís eso? —le pregunto, sin levantar la voz.

—Porque con Brisa vimos una peli donde el papá tenía secretos. Y después, cuando se moría, todos se enteraban.

Se lo digo con una sonrisa. Ella se ríe, me cree, o hace que me cree. A veces no sé si es más actriz que hija. Pero me deja pensando.

Los muertos siguen apareciendo.

Ya son siete.

Cinco nombres que conozco, aunque no todos importen igual. Tipos del pasado. Tipos con historia. Tipos con pecados. Todos con algo en común: cruzaron la línea conmigo en algún momento de sus miserables vidas.

Y ahora se mueren como si alguien estuviera tachando una lista.

La última fue Leticia P., una madama que me traicionó en los años de auge, cuando controlábamos los burdeles del sur. La