24. La herida abierta.
Narra Ruiz.
Sabía que no iba a salir bien.
Desde el momento en que el trato se cerró y el bastardo de Garrocha exigió a Lorena como parte del paquete, supe que esto iba a explotar en la cara de alguien.
Y conociendo a esa mujer… ese alguien nunca iba a ser ella.
Me entero del asesinato por uno de mis muchachos. Vuelve pálido, con sangre que no es suya manchándole el cuello de la camisa.
—Lo mató, jefe. A Garrocha. Lo degolló con su propia navaja —me dice, y yo apenas muevo una ceja.
Claro que lo hizo.
No solo lo imaginé. Lo esperaba.
Ella no es como las demás. No llora, no suplica, no se quiebra. Ella muerde.
Y cuando lo hace, arranca la carne.
La mierda es que los otros peces gordos ahora quieren explicaciones.
Garrocha no era solo un degenerado con billetes; era un punto de equilibrio. Un símbolo de alianza.
Y yo lo puse en la misma habitación que la mujer que odia los símbolos, la sumisión y todo lo que huela a poder prestado.
—Estás loco —dice uno de los capos, apuntándome con un