222. Caja cerrada.
Narra Gomes.
La mañana irrumpe sin entusiasmo en la jefatura, apenas colándose por los ventanales cubiertos de polvo, como si la luz dudara en posar su tibieza sobre el mundo apagado que hay entre estas paredes. El olor a humedad y desinfectante se mezcla con el del café recalentado, que alguien olvidó sobre la mesa de guardia. Afuera llueve otra vez, porque en esta ciudad el cielo parece haberse rendido al gris. Y yo, que ya no espero milagros, me siento frente al expediente con una mezcla amarga de resignación y rabia fría.
Un mes. Treinta y un días, para ser exactos. Treinta y un amaneceres en los que la imagen de Ruiz cargando a su hija mientras el helicóptero se alejaba como un pájaro maldito, se me clava detrás de los ojos antes incluso de que haya abierto del todo. El informe que tengo delante es claro, crudo y definitivo: Sebastián Ruiz continúa prófugo. Pero al menos ahora, al fin, la niebla empieza a disiparse.
Lorena habló.
No fue fácil. No fueron lágrimas de víctima ni gri