187. La trampa de los días dulces.
Narra Lorena.
Él sonríe.
Y yo no sé si reírme o vomitar. Ruiz tiene a mi beba en brazos. La acuna con una dulzura que no le conocía. Esa ternura nueva en sus manos manchadas de sangre, esa voz baja que le inventa palabras que no existen… como si la criatura pudiera entenderlo, como si la vida fuera de papel glasé y no un campo de minas.
—Mirá lo que sos, eh… te hacés la brava, pero tenés los ojos de tu mamá. Y esa boca, también. Vas a romper corazones, Dulce.
Dulce.
Así.
Sin mirarme. Sin preguntarme. Sin avisarme siquiera. Como si fuera suyo todo.
Mi cuerpo. Mi hija.
Mi voluntad.
Hasta los nombres.
Y no digo nada.
No todavía.
Porque aprendí que los rugidos no sirven cuando estás adentro de la jaula.
Porque ahora sé que las garras se afilan en silencio.
Sonrío.
Le devuelvo una mueca suave.
Camino despacio hasta el sillón y me siento al lado de él.
La beba duerme otra vez, apenas un suspiro cálido entre sus brazos.
—¿Dulce, eh? —digo, con la voz más serena que puedo fabricar—. Qué tiern