180. Las flores también sangran.
Narra Gomes.
La beba duerme otra vez, o algo parecido. Su respiración es cortita, cortita, como si el mundo le pesara ya desde tan chiquita, y Lorena la acuna con ese amor salvaje que solo tienen las madres que han sobrevivido al infierno. Yo no me muevo de la puerta. Estoy alerta, con el arma en la mano, el celular en la otra, la frente sudada y los reflejos listos para lo que venga. Miro las cámaras por el celular: negras. Sin señal. Todas. Me están tapando los ojos, eso es lo que pasa.
Los refuerzos ya están en camino, al menos eso dijeron por radio. El comisario en jefe me debe un favor. Varios, en realidad. Prometió mandar hombres de confianza. Me quedan pocos. La lista de traiciones en esta historia ya es más larga que la lista de arrestos que hice en veinte años de servicio.
Y entonces, cuando el corazón empieza a bajar, cuando la noche se pone espesa pero tranquila, suena el timbre.
Una, dos veces.
Insistentes.
Miro a Lorena. Ella me clava los ojos, asustada. Niega con la cabe