17. Todas las promesas son mentira.
Narra Lorena.
La sangre no salta como en las películas. No es una fuente roja que mancha la pared en cámara lenta. No. Es caliente. Es densa. Y hace un sonido... sordo. Un borboteo húmedo que se queda pegado en la piel como una mentira recién dicha.
Silva se ahogó en su propio aliento. Me miró con esos ojos traicioneros, esa cara hinchada por los años de exceso y poder mal ganado. Trató de decir algo, pero le hundí el cuchillo otra vez, esta vez con rabia. Con asco. Con ese nudo que me late entre las costillas desde que vi a Nadia con la garganta abierta.
Me dijo “puta” antes de morir. Qué original.
Uno pensaría que después de ver morir a tantos hombres, eso ya no me haría nada.
Pero dolió. No por la palabra. Por lo que me recordó.
Me recordó a Carlo.
Y, peor aún… a Ruiz.
Por un momento, pensé que él era distinto.
Por un momento, me dejé desarmar. Bajé la guardia. Dejé que me viera de cerca. Le mostré las cicatrices, no las del cuerpo, las otras, las que se llevan adentro y nadie debe