16. Lo que arde, lo que muerde.
Narra Ruiz.
La ciudad tiene un olor particular cuando se cuece algo gordo. No es solo la mezcla de humo, fritanga y orina vieja. Es un perfume más fino, más cabrón. Huele a traición. A pólvora que todavía no explotó, pero ya sabe a quién le va a arrancar la cara.
Lorena salió hace un rato, sin decirme adónde. Sully, que es más leal que una navaja vieja, no soltó palabra. Y yo la dejé ir. Porque a veces hay que darle soga al enemigo para que se ahorque solo. El tema es que todavía no sé si Lorena es enemiga o simplemente una idiota valiente con un historial de mierda.
Me recuesto en la silla de cuero de Carlo, esa misma desde donde mandó a matar a tantos. Ahora es mía. Pero el trono no vale nada si no sabés quién está por dispararte en la nuca.
—¿Qué sabés de “El Padre”? —le pregunto a Mauro, uno de mis tipos de confianza. O lo era, antes de que la lealtad empezara a ser más rara que un cura virgen.
—Dicen que es Silva. Que volvió más cabrón, más místico. Y que tiene algo que puede hun