110. En los jardines del silencio, donde no hay lugar una.
Narra Lorena.
El permiso se siente como una mentira disfrazada de privilegio.
Ruiz me ha dicho que puedo moverme por donde quiera dentro de la mansión. Que soy libre. Que solo me comporte bien y pronto veré a Danny. "Unos minutos", dijo. Como si se tratara de una concesión. Como si fuera un don inmerecido que sólo podría recibir si juego a ser sumisa.
Si juego a ser suya.
Pero lo que más me irrita no es su control. Es lo fácil que me he acostumbrado a sus reglas. A su manera de mirar. A su forma de hablarme como si me conociera desde antes de que yo supiera pronunciar mi propio nombre.
Y aun así, acepto la farsa. Porque la necesidad arde más que el orgullo. Porque Danny está aquí, en algún rincón de esta mansión descomunal que parece crecer cada vez que la recorro.
—¿Por dónde desea empezar, señora? —me pregunta una de ellas. Es la más alta. Morena. De rostro delgado y ojos hundidos como pozos.
La otra no habla. Tiene el cabello rubio platinado, un vestido ajustado que le cubre apen