La función apenas comienza.
Unos minutos antes de las ocho de la noche, el salón principal de la mansión resplandecía como un escenario preparado para el gran acto final.
Luciano, envuelto en la precisión impecable de un traje negro hecho a medida y una corbata borgoña que intentaba, sin éxito, conferirle un aire de sofisticación, aguardaba al pie de la gran escalera.
Su rostro, tenso y marcado por un rictus de incertidumbre, revelaba el esfuerzo interno por mantener el control. Su mente giraba en torno a un objetivo claro y, al mismo tiempo, desesperado: Catalina debía presentarse de manera convincente.
Lo suficiente para calmar a la prensa, apagar los rumores y proteger su cuidadosamente construida imagen de esposo respetable. Aunque, claro está, bajo ningún concepto debía eclipsarlo.
El eco de los tacones descendiendo la escalera fue el único aviso previo antes de que la viera.
En ese instante, el aire pareció atorarse en su pecho y su mundo, por un momento que se alargó indefinidamente, dejó de girar.
Catali