La culpa duele más que cualquier bala.
Julián no recordaba la última vez que había dormido más de tres horas seguidas. El cansancio se le notaba en la mirada, pero el fuego que lo mantenía en pie era más fuerte que el sueño.
El avión aterrizó en Ginebra cuando el sol apenas intentaba abrirse paso entre las nubes, y desde la ventanilla la ciudad se veía demasiado limpia, tan ordenada que le resultaba casi provocadora.
Pensó que las ciudades impecables eran las que mejor escondían los pecados más caros, y esa idea le arrancó una sonrisa amarga mientras recogía su abrigo.
El aire frío lo golpeó apenas bajó del avión y lo obligó a inhalar con fuerza, como si necesitara llenarse de algo real para mantenerse centrado.
Étienne había resuelto todo, el chofer, los hombres discretos, la dirección exacta de la clínica donde se escondía el hombre que había firmado la condena de Catalina.
Henry Vallois.
O mejor dicho, Henri Valot, como si c