No lo pierdan de vista.
El silencio llenó la habitación, tan espeso que el leve golpeteo del viento contra las ventanas sonaba como un recordatorio de que el mundo seguía ahí afuera.
Vallois respiraba con dificultad. El sudor le resbalaba por la sien y sentía el corazón latirle tan fuerte que por momentos temía que Julián pudiera escucharlo.
Sabía que el hombre frente a él no estaba jugando; en su mirada había una determinación helada, la de alguien que ya había tomado una decisión.
Aún recordaba aquella noche en que él llegó por Catalina, irrumpiendo en la clínica con una determinación que lo heló.
Recordaba cómo lo acusó de estar cometiendo un delito y la forma en que todo el personal se paralizó al escuchar su voz. Había movido hilos que Vallois ni siquiera imaginaba, logrando que en cuestión de minutos todos firmaran el alta de la paciente, temerosos de las consecuencias.
Aquel recuerdo aún lo perseguía: los matones que lo acompañaban,