Ya eres mía, mi amor.
Julián levantó una mano y dudó apenas un segundo antes de rozarle la mejilla.
Catalina sintió cómo el corazón se le apretaba en el pecho y el aire se le atascaba en la garganta. Un escalofrío la recorrió y una sensación de vida nueva, de calor desconocido, le subió por la espalda.
Quiso mantener la calma, pero era inútil.
Con Julián era imposible.
Él la miraba con una mezcla de ternura y deseo que no necesitaba explicación.
En esos ojos había una calma que dolía y reconfortaba a la vez.
Catalina intentó sostener su mirada, aunque dentro de ella todo se agitaba.
—Catalina —murmuró su nombre como si lo saboreara por primera vez.
Ella lo sostuvo con la mirada, sin apartarse y el beso llegó sin aviso, natural, inevitable.
Julián la tomó del rostro con suavidad, pero también con una fuerza que decía todo lo que las palabras callab