He tomado una decisión.

El juez había dicho "cuarenta minutos" y esas palabras se habían clavado en la mente de Catalina como un castigo cruel, convirtiendo la espera en una tortura interminable.

La sala del tribunal parecía haberse congelado, como si incluso las paredes contuvieran la respiración junto con todos los presentes.

Catalina estaba sentada en la banca destinada a la parte demandante, con la espalda recta y el mentón erguido, proyectando una fortaleza que solo existía en la superficie.

Por dentro, sentía que se desmoronaba, que cada segundo era una batalla para no ceder ante el miedo.

Lo único que la mantenía con fuerzas eran los recuerdos de sus hijos y lo bien que la pasaron en su primer día juntos sin Luciano.

Sus manos, entrelazadas en el regazo, estaban frías como mármol y, por momentos, las apretaba con tanta fuerza que sus nudillos se volvían blancos.

Su mente era un torbellino de recuerdos: las noches interminables en el hospital, las palabras crueles de Luciano, el miedo grabado en los oj
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