Me salvaste.

Al salir del tribunal, Catalina sintió el aire frío de París golpearle el rostro como si fuera la primera bocanada de libertad de su vida.

La multitud estaba enardecida, los periodistas gritaban su nombre lanzando preguntas como flechas, y los flashes estallaban sin tregua, pero para Catalina todo aquello se volvió un murmullo distante y lejano.

Solo podía escuchar el latido frenético de su propio corazón, como un tambor que le devolvía a la realidad de su victoria y le recordaba que, al fin, había dado el primer paso hacia la justicia que tanto había anhelado.

Étienne caminaba a su lado, protegiéndola con su imponente figura y apartando a cualquiera que intentara acercarse demasiado.

Mario y Sara los seguían unos pasos atrás, formando un muro silencioso contra el asedio de la prensa.

Los guardaespaldas abrían camino con dificultad, apartando manos y micrófonos que se alzaban como lanzas, pero Catalina avanzaba erguida, con la frente en alto, sin dejar que nadie la viera titubear, aun
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