Las mujeres sollozaban, mientras les eran arrebatadas joyas tan costosas; anillos de oro, collares de perlas o diamantes, aretes, y zapatos, todo el robo era a punta de pistola, pero incluso los ladronzuelos no hicieron más daño a nadie, que el miedo infligido
—Querido rey, ha sido un gran placer haberle robado en su propia cara, envíele mis saludos al rey emérito y a la reina madre —Lord Di Tacco reparó en la presencia de la reina Ana, y el rey Leonel tomó su mano, como para apartarla de la vista del delincuente, que le hizo una suave reverencia—. Su anillo de diamantes, su majestad, sería maravilloso para ayudar a los pobres, ¿Puede dármelo, por favor?
La reina Ana miró su anillo, era de compromiso, y miró al rey Leonel
—¡Cómo te atreves a hablar así a una reina!
La mujer se quitó el anillo y se lo tendió en la mano
—Ojalá sirva para alimentar a muchas personas que lo necesiten.
Lord Di Tacco esbozó una suave sonrisa, que solo se veía a través de sus labios
—Tiene mi palabra