A la mañana siguiente, Lisandro llegó puntual a la oficina, pero no porque quisiera hacerlo, sino porque era su forma de evitar pensar, de silenciar la voz que no dejaba de retumbarle en la cabeza: la de Valeska diciéndole que ya no confiaba en él, que lo suyo había terminado.
Su traje perfectamente planchado, su cabello peinado con precisión, todo en él parecía impecable… salvo sus ojos. Estaban vacíos, apagados, como si alguien hubiera apagado la luz por dentro y la chispa que antes lo impulsaba se hubiese extinguido.
—Buenos días, señor Fiore —saludó una de las asistentes con una sonrisa tensa, sabiendo por instinto que no era un buen momento para bromas o comentarios innecesarios.
—Quiero el reporte del tercer trimestre en mi escritorio antes del mediodía. Y dile a Alfonso que me reúna todos los informes de pérdidas y ganancias de las últimas dos semanas. También que prepare una reunión con el departamento legal. Hoy. —Su voz era dura, cortante, sin espacio para objeciones.
Oliver