Mundo ficciónIniciar sesiónErika no regresó a su casa esa noche. En lugar de enfrentarse a la soledad de su apartamento y a los recuerdos dolorosos que aún pesaban sobre su corazón, decidió reservar ir a uno de sus departamentos el cual era cercano a la oficina. Un modesto departamento, sin lujos excesivos, pero suficiente para brindarle algo de paz y confort. Se sumió en el silencio de la madrugada, dejando que la oscuridad de la habitación absorbiera su angustia. No había lágrimas que derramar, ni gritos que liberar, solo la pesada sensación de que algo se había roto irremediablemente dentro de ella.
La noche transcurrió lentamente, su mente atada a las imágenes de la noche anterior, a los ecos de las palabras no dichas y a la desconfianza que se había instaurado en su pecho. Cuando finalmente el sol comenzó a asomar tímidamente por el horizonte, Erika se despertó con una sensación de agotamiento profundo, pero no podía quedarse en ese estado. Tenía responsabilidades, obligaciones que no podían esperar.
Con movimientos automáticos, se levantó y fue al baño. Abrió el estuche de maquillaje con manos temblorosas, y comenzó a cubrir las huellas visibles de su desvelo: las ojeras marcadas y la piel pálida. Mientras aplicaba cada capa con precisión, se miraba en el espejo, casi con indiferencia, como si el reflejo que veía no le perteneciera. A veces se preguntaba si su identidad seguía siendo la misma después de todo lo que había pasado, si todavía era la misma mujer que se había entregado con confianza al amor de Damián. El maquillaje no solo ocultaba su cansancio físico, sino también las grietas internas que había intentado ignorar.
Una vez lista, recogió sus cosas, pagó la habitación y se dirigió al trabajo. La rutina era lo único que parecía mantenerla a flote, pero el peso de lo sucedido la seguía cada paso del camino.
Al llegar a la entrada de la empresa, Erika se detuvo un momento frente a las puertas de cristal. Respiró hondo, organizando sus pensamientos. No quería que nadie notara lo que había pasado, no quería que se filtrara nada de lo que sentía. La fachada debía mantenerse intacta, al menos por el día de hoy. Pero justo cuando se dispuso a caminar hacia la entrada, una figura familiar apareció frente a ella.
Damián.
Él estaba allí, parado frente a ella, mirándola con una mezcla de ansiedad y preocupación en los ojos. No pudo evitar tensarse al verlo, un torbellino de emociones se desató en su interior, pero la mirada de él parecía estar buscando respuestas, como si él necesitara algo más que un simple encuentro casual.
—Erika... —dijo su nombre con voz suave, como si estuviera pidiendo permiso para hablar.
Ella se detuvo en seco, sintiendo cómo su corazón se aceleraba, y aunque intentó mantener su calma, una sensación de incomodidad se apoderó de su ser.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, su tono firme pero quebrado por la fatiga emocional.
Damián no respondió de inmediato. Su rostro reflejaba la lucha interna que estaba librando. Parecía que había algo más que necesitaba decir, pero las palabras se le atoraban en la garganta. Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
—Escucha, yo... —se detuvo, observando a Erika con una mirada llena de remordimiento—. Estuve en el hospital anoche. Mis amigos me dijeron que tú estuviste allí conmigo. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué... no me dejaste explicarte?
El dolor en su voz hizo que Erika retrocediera mentalmente, aunque no lo demostró físicamente. ¿Hospital? ¿Qué estaba diciendo? La confusión se apoderó de ella. La noche anterior había sido un torbellino de emociones, pero no tenía claro lo que había sucedido con Damián. ¿Por qué habría estado en el hospital? Todo lo que ella recordaba era la escena del hotel, el labial en su cuello, y las palabras de él balbuceando excusas que no la habían convencido.
—No se dé que hablas —respondió Erika, su voz temblorosa, ligeramente molesta pero firme—. ¿Quién te crees que eres para venir a mi lugar de trabajo y cuestionarme cosas? —su voz se quebró ligeramente, pero intentó recuperar la compostura—. No sé qué estás tratando de hacer, Damián, pero no tienes derecho a venir a hablarme ahora y menos recriminarme cosas que no hice. Yo no estuve contigo en ningún hospital.
Damián la miró fijamente, casi como si intentara descifrar los pensamientos de Erika. El dolor y la confusión lo envolvían, pero al mismo tiempo la rabia lo consumía y ahora entendía, que quizás ahora estaba a punto de perderla para siempre.
—Erika... Lo que viste no fue lo que parecía —dijo él, y las palabras salieron de sus labios con un pesar profundo—. No te equivoques, no te estaba traicionando. Yo... estaba siendo manipulado. Lo que viste en el hotel fue parte de un plan que... —dudó un momento, como si las palabras se le atoraran—. No fue mi culpa. Necesito que me escuches.
Pero antes de que pudiera continuar, Erika levantó la mano, como pidiendo silencio. Sus ojos se llenaron de una tristeza profunda, pero había algo en su mirada que ya no era de amor, sino de resignación.
—No quiero escuchar más, Damián —respondió, con una voz fría y controlada—. Ya basta.
Sin darle más explicaciones, Erika giró sobre sus talones y, sin mirar atrás, entró al edificio. El eco de sus pasos resonó en el pasillo, mientras Damián se quedaba allí, parado en el umbral, con la sensación de que su mundo se desmoronaba aún más.







