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Capítulo 4: ¿Estricto? II

Erika dejó escapar un suspiro ligero antes de alinear los documentos con precisión sobre el escritorio. Sus movimientos seguían siendo meticulosos, pero esta vez no eran un intento desesperado por aferrarse a algo.

Finalmente, alzó la mirada hacia su jefe.

—Lo sé —murmuró—. Es solo que… no ha sido un buen momento para mí.

La frase, aunque breve, llevaba consigo una sinceridad que no solía permitirse.

Alessandro la observó en silencio. No preguntó más. No lo necesitaba. Erika tampoco daría más explicaciones, y él lo respetaba. Ambos eran iguales en ese sentido: evitaban mezclar lo personal con lo laboral, mantenían el control a toda costa y no dejaban que sus emociones interfirieran con su desempeño.

Tal vez por eso, cuando trabajaban juntos, eran imbatibles.

Aunque, en momentos como este, Alessandro no podía evitar preguntarse cuánto más podría resistir Erika antes de que su impecable fachada terminara por resquebrajarse.

El reloj marcaba el paso del tiempo con su inconfundible tictac, mientras el día avanzaba lentamente en la oficina. Erika se encontraba, una vez más, absorta en la montaña de papeles que debía revisar, pero su mente parecía estar en otro lugar. La tensión en su cuerpo era palpable, aunque nadie más lo notara. Alessandro, al igual que en ocasiones anteriores, observaba desde su puesto, sin hacer preguntas directas, pero sin poder evitar notar la falta de concentración en su asistente.

Habían trabajado juntos durante dos años, y durante ese tiempo, Erika había aprendido a leer las pequeñas señales en Alessandro: la ligera fruncida de su ceño cuando no estaba contento, la forma en que sus ojos se entrecerraban cuando algo no le gustaba, pero lo que ella más había aprendido era a reconocer cuándo él estaba preocupado. Y esa mirada, ahora, se posaba sobre ella.

Al principio, las interacciones entre ellos fueron estrictamente profesionales. Como jefe y secretaria, todo había estado claro, simple y directo. Sin embargo, con el paso del tiempo, había una dinámica que se fue desarrollando entre ambos, algo que Erika no había planeado.

Alessandro no era un jefe convencional. No solo exigía resultados, sino que también mostraba una comprensión silenciosa hacia las personas con las que trabajaba, un entendimiento sutil de cuándo necesitaban espacio y cuándo necesitaban un empujón. Y aunque nunca se metió en la vida personal de Erika, algo en su actitud le decía que él se preocupaba por ella de una manera que excedía los límites profesionales.

Por su parte, Erika no sabía cómo manejar esa cercanía. Era alguien que había aprendido a construir muros a su alrededor a modo de protección, desde muy joven se vio obligada a mantenerse distante de todo y todos. Con cada jefe anterior, había tenido una relación impersonal, estricta, pero con Alessandro algo había cambiado de manera sutil y ligera, fue un cambio imperceptible. Él no le había dado ninguna razón para desconfiar de él, ni había traspasado las barreras que ella misma había levantado. Pero la preocupación que comenzaba a intuir en él la incomodaba, porque ella no estaba acostumbrada a que alguien realmente notara sus luchas internas. Y eso, en algún nivel, la hacía sentir vulnerable y esa vulnerabilidad la ponía en un estado moderado de ansiedad.

A lo largo de los dos años, habían establecido un sistema de trabajo impecable. Erika conocía las expectativas de Alessandro antes de que él las dijera, sabía qué documentos necesitaba y cómo debía entregarlos para que todo fuera eficiente. Y Alessandro sabía que podía confiar en ella, no solo para hacer su trabajo con precisión, sino para anticiparse a sus necesidades, algo que pocos podían hacer. Había una especie de simbiosis silenciosa entre ellos, como dos engranajes que encajaban perfectamente, pero bajo la superficie, la falta de comunicación sobre lo personal seguía creando pequeñas grietas invisibles en esa relación profesional.

Era esa la razón por la que, al ver a Erika tan distante hoy, Alessandro no pudo evitar preguntar. Aunque él no se metía en la vida personal de sus empleados, algo en su interior le decía que ella estaba pasando por algo. Y, aunque nunca fue del tipo de jefe que invadía los límites personales, la sinceridad de Erika, su silencio constante y sus gestos que hablaban más de lo que su voz jamás diría, lo inquietaban.

Alessandro sabía que, durante esos dos años, había aprendido a leer a Erika de una manera más profunda de lo que le gustaría admitir. Lo hacía, no porque fuera su jefe, sino porque, en el fondo, le importaba. Le importaba el bienestar de sus empleados, especialmente el de Erika, quien siempre había sido una de las más confiables y competentes de su equipo.

A pesar de eso, Alessandro respetaba el espacio de Erika, no era el tipo de persona que la presionaría a hablar si no lo deseaba. Y cuando ella, con esa máscara impasible que a veces le resultaba difícil de descifrar, decía que estaba bien, él nunca insistía. Sin embargo, la mirada que le dirigió hoy tenía un matiz diferente, una mezcla de preocupación que, al menos por un instante, hizo que Erika se sintiera observada de una manera que no deseaba.

—Lo aprecio, realmente, pero tengo que continuar con mi trabajo —dijo Erika, su voz firme, aunque ligeramente vacilante. La decisión de cerrarse nuevamente la había tomado antes de que él pudiera decir algo más.

Alessandro la miró un momento, luego asintió, reconociendo la barrera que ella había levantado de nuevo. No insistió, pero el silencio entre ellos no fue incómodo. Habían aprendido a comunicarse sin palabras, a través de miradas y gestos pequeños que solo ellos comprendían. Y aunque nunca llegaban a hablar abiertamente sobre sus problemas personales, ambos sabían que el otro estaba allí si alguna vez decidían abrirse.

Erika volvió a tomar los papeles, reanudando su trabajo con la misma meticulosidad que siempre la caracterizaba. Alessandro la observó por un instante más, sabiendo que no era el momento adecuado para seguir indagando. Dejó escapar un suspiro bajo, no por frustración, sino por la comprensión de que a veces, el espacio y el tiempo eran más importantes que las palabras.

—Nos vemos más tarde, Erika —dijo él, con una voz tranquila. Sabía que esa conversación había llegado a su fin por el momento, pero no porque él hubiera perdido interés, sino porque respetaba el hecho de que ella, por muy cercana que fuera la relación laboral entre ambos, seguía siendo alguien que prefería enfrentar sus batallas en solitario.

Erika asintió sin mirarlo, pero la ligera suavidad en su gesto, cuando se sintió observada, fue una pequeña rendija que, aunque invisible para los demás, Alessandro captó con precisión. Y en ese instante, supo que la verdadera fuerza de Erika no estaba en su habilidad para ser profesional, sino en su capacidad para mantenerse firme a pesar de todo lo que cargaba internamente.

Lejos del edificio de ‘‘EcoBioGreen Compay Ecology’’, Damián Salvatore caminaba con paso lento por el pasillo del hospital, su rostro pálido y su cuerpo aún débil, reflejo de los efectos de la droga que aún corría por su sistema. Aunque intentaba mantener la compostura, las palmas sudorosas y la respiración entrecortada dejaban claro que su cuerpo no se encontraba bien. Estaba en una de las habitaciones más discretas, rodeado por el ambiente frío y clínico del hospital, pero su mente no podía apartarse de los últimos sucesos.

El recuerdo de esa noche seguía acechando en su mente como una pesadilla que no podía quitarse de encima. La imagen de Erika al abrir la puerta, su expresión de dolor y sorpresa, era lo único que veía al cerrar los ojos. Y aunque había sido él quien había estado en brazos de Mayerli, sabía que el responsable de todo eso no era solo la chica con la que había terminado enredado en esa situación, sino alguien mucho más siniestro.

Mayerli Lancaster

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