Mundo ficciónIniciar sesiónDamián se quedó allí, mirando cómo Erika se alejaba sin darle una segunda oportunidad. La sensación de ser ignorado, de ser rechazado, era algo completamente ajeno a él. En su mundo, las cosas siempre iban de acuerdo a sus términos. Nadie le decía que no. Nadie se atrevía a rechazarlo. Sin embargo, en ese preciso momento, Erika lo había hecho, y eso era algo que no estaba dispuesto a tolerar.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos antes de que ella se alejara por completo, dejándolo de pie frente al edificio. Damián no se movió. No habló. No intentó detenerla. En lugar de eso, su mente comenzó a trabajar rápidamente, fríamente, analizando cada palabra que había dicho Erika, cada gesto, cada mirada. Ella era su prometida, su mujer, la que debía estar a su lado en todo momento. No podía dejar que una escena como esa fuera la que definiera su relación con ella. Eso no podía ser todo. No podía permitir que su ego fuera herido de esa manera.
El orgullo de Damián se agrietaba lentamente mientras sus pensamientos tomaban forma. Sabía que Erika era diferente, que ella no era como las otras mujeres a las que podía dominar con un par de sonrisas o promesas vacías. No, Erika lo había desafiado de una manera que lo enfurecía. No se rendiría tan fácilmente, no cuando había sido él quien había dictado las reglas todo este tiempo.
De pie frente al edificio, Damián dejó escapar un respiro profundo. Una leve sonrisa, fría y calculadora, se dibujó en sus labios. Sabía lo que tenía que hacer. Erika no era diferente de las demás; solo necesitaba tiempo. El tiempo para ver las cosas desde su perspectiva, el tiempo para que entendiera que su vida sin él no tenía sentido.
Damián se dio la vuelta y entró al edificio, decidido. No iba a dejar que Erika lo rechazara. No podía permitirlo. Una vez dentro, su mente comenzó a formular un plan. Manipularla. Eso era lo que necesitaba hacer. Después de todo, siempre había sabido cómo conseguir lo que quería, cómo hacer que las personas hicieran lo que él necesitaba. La cuestión era encontrar el ángulo correcto, tocar las fibras sensibles que la harían sucumbir ante su presencia. Sabía lo que le gustaba, lo que la hacía vulnerable, lo que podía usar a su favor.
Erika pensaba que había terminado con él, que ella podía seguir adelante sin las consecuencias de sus actos, pero él sabía mejor. Ella necesitaba de él. No podía vivir sin él, no importaba cuánto lo negara. Nadie lo había dejado, y él no iba a permitir que Erika fuera la primera en hacerlo.
Con esa fría certeza en su mente, Damián se dirigió a su oficina. Se sentó en su escritorio y sacó el teléfono móvil. Comenzó a escribir un mensaje, pero no se lo envió aún. Sabía que las palabras no serían suficientes. Tendría que hacerlo en persona. Tendría que usar todo su encanto, su poder de manipulación, para hacerla ceder. Erika era fuerte, pero él había lidiado con mujeres mucho más difíciles. Al final, siempre obtenía lo que quería.
El pensamiento de que Erika podría rechazarlo de nuevo lo llenó de rabia, pero también de una extraña sensación de desafío. Nadie lo rechazaba. Nadie. Y Erika aprendería a comprenderlo. La decisión estaba tomada: tenía que recuperar su control sobre ella, hacer que ella viera que, sin él, su vida carecía de sentido.
Damián hizo una pausa, miró su teléfono, y al fin, con una sonrisa de superioridad, envió el mensaje. Sabía que no podía esperar mucho tiempo. Erika no duraría mucho tiempo sin él. Su obstinación era solo una fase. Y él, como siempre, estaría allí para recordarle que no podía vivir sin él. La guerra de voluntades había comenzado. Y en la mente de Damián, no existía la opción de perder.
El jefe de Erika la observaba desde su escritorio, una ligera sonrisa asomándose en sus labios mientras sus ojos se mantenían fijos en ella. Aunque su rostro mostraba una expresión seria, había algo en la forma en que la miraba que dejaba claro que no pasaba por alto lo que acababa de suceder entre ella y Damián. Sabía que algo le pesaba, algo más allá de los simples asuntos laborales que Erika siempre manejaba con destreza. La conversación que ella había tenido con su ex prometido, la tensión palpable en su rostro, no podían ser ignorados. Aunque su actitud parecía imperturbable, Alessandro estaba seguro de que algo profundo se agitaba bajo la superficie.
Sin embargo, él no dijo nada. Como siempre, su observación era sutil, casi imperceptible para aquellos que no lo conocían bien, pero Erika lo sabía: no podía esconder nada de él, al menos no por mucho tiempo. Conociéndose tan bien, Alessandro sabía cuándo ella estaba en su zona de confort y cuándo la tormenta personal se cernía sobre ella. A pesar de las apariencias, Erika seguía siendo la misma mujer fuerte y decidida que él había aprendido a respetar y a confiar, pero incluso las personas más duras tienen sus momentos de fragilidad.







