Mundo ficciónIniciar sesiónLa mañana llegó con suavidad, deslizando los primeros destellos dorados del sol sobre el horizonte. Dentro de la habitación, la cama permanecía impecable, sin una sola arruga que delatara su uso. No había señales de descanso, solo el eco de una noche en vela.
Junto al amplio ventanal, en un elegante sofá, Erika permanecía inmóvil, su silueta recortada contra la tenue luz del amanecer. Observaba el exterior con la mirada perdida, aunque en realidad no veía nada. Su mente vagaba en un abismo silencioso, atrapada entre el desconsuelo y la incertidumbre.
Se sonrió con ironía. No porque encontrara algo gracioso, sino porque aquella sonrisa reflejaba lo rota que estaba por dentro. Un leve suspiro escapó de sus labios y, cuando finalmente logró recuperar el control de sí misma, desvió la vista hacia su teléfono. La pantalla iluminada marcaba las 5:50 a. m.
Con movimientos lentos, se obligó a ponerse de pie. Sus pies se arrastraron levemente sobre la alfombra mientras se dirigía al baño. Tomó una ducha corta, dejando que el agua se llevara —o al menos disipara momentáneamente— el peso de su angustia. Después, se vistió con ropa impecable, se aplicó un maquillaje ligero, pero pulcro, y salió de la habitación.
«El trabajo me esperaba.»⸻ pensó Erika.
No importaba cuánto doliera por dentro, su sentido de la responsabilidad era más fuerte. Siempre lo había sido.
Tan solo media hora después, ya estaba en la oficina, organizando meticulosamente los documentos que debía entregarle a su jefe. Ese día, en particular, había llegado mucho más temprano de lo habitual. Su horario de entrada era a las 8:00 a. m., pero ahí estaba, 45 minutos antes, como si el tiempo extra le diera un propósito, una distracción.
Su entorno le era indiferente. Sus movimientos, precisos y metódicos, parecían casi coreografiados, como si estuviera atrapada en un modo automático que le permitía seguir adelante con su vida de manera aparentemente natural.
«Es solo un día más, no muestres lo que sientes. No dejes que te vean débil»⸻ se dijo así misma.
Al llegar al edificio, Erika marcó su entrada sin detenerse demasiado. Apenas terminó el proceso, su teléfono vibró en su bolsillo. Observó la pantalla y dejó escapar un leve suspiro antes de contestar. Alessandro.
Su jefe.
Se obligó a mantener la compostura, adoptando un tono profesional a pesar de la tensión que se acumulaba en su pecho. Sabía perfectamente por qué la llamaba. El día anterior había salido media hora antes y, además, había ignorado todas sus llamadas, así como las de algunos compañeros de planta. Una decisión impulsiva que ahora solo añadía más problemas a su ya complicada vida, tanto personal como laboral.
—Srta. Wilson, ¿tiene los documentos para mañana? —La voz de Alessandro sonó firme y calculadora al otro lado de la línea, tan fría como siempre—. Espero que su deliberada ausencia de ayer tenga una justificación válida.
Erika cerró los ojos un instante, como si eso le permitiera armar su respuesta con mayor precisión, apretó los labios y conteniendo la respiración respondió
—Lamento lo ocurrido ayer —respondió con tono controlado, casi ensayado—. Los documentos ya están listos. Se los dejaré en su escritorio en un momento.
Y sin darle oportunidad de replicar, colgó la llamada.
Alessandro bajó lentamente el teléfono, con el ceño apenas fruncido. Un sabor amargo le recorrió la boca, acompañado de una leve sensación de inquietud. Conocía a Erika lo suficiente como para notar que algo no estaba bien. Ni siquiera necesitaba verla de frente.
Incluso de espaldas, podía leerla con precisión.
Y en ese momento, supo que algo estaba ocurriendo.
El teléfono de Erika vibraba una y otra vez sobre el escritorio, emitiendo un zumbido insistente que, lejos de llamar su atención, solo la impulsaba a ignorarlo aún más. Lo puso en silencio con un movimiento mecánico antes de volver a sumergirse en la revisión de los documentos. Sus dedos pasaban las hojas con una rapidez inusual, como si la cadencia acelerada de su trabajo pudiera distraerla del peso que sentía en el pecho.
El murmullo lejano de la oficina llenaba el ambiente con el repiqueteo de teclas y conversaciones en voz baja, pero para Erika todo sonaba como un ruido de fondo distante, irrelevante. Su concentración era absoluta, no por el contenido de los documentos en sí, sino porque necesitaba desesperadamente anclarse a algo, a cualquier cosa que la mantuviera en marcha.
No se percató de la presencia de Alessandro hasta que su voz, teñida de sarcasmo, rompió el aire con la precisión de un cuchillo.
—¿El papel te está mordiendo o qué? —comentó con una ceja arqueada, cruzándose de brazos—. Si tienes tanta habilidad para revisar documentos, ¿por qué no tomas mi puesto de presidente?
Erika parpadeó, apenas un instante, antes de recomponerse con la misma frialdad profesional de siempre.
—Lo lamento, estaba revisando que todo esté en orden —respondió sin titubeos, su voz neutra, carente de emoción. Era una excusa vaga, casi automática, como si la hubiera ensayado más veces de las necesarias.
Alessandro la observó con atención. No necesitaba ser un experto para notar que algo iba mal. Sus gestos eran demasiado calculados, demasiado mecánicos. Conocía a Erika lo suficiente para saber que, cuando algo la perturbaba, su eficiencia se convertía en un escudo.
Frunció ligeramente el ceño, no por su actitud, sino por la certeza de que ella no le diría nada. Su asistente era reservada, hermética, y él no era alguien que se inmiscuía en los asuntos personales de los demás. Sin embargo, no podía ignorar lo evidente.
Por un instante, la máscara de indiferencia de Alessandro se resquebrajó. Su mirada se tornó más inquisitiva, casi desafiante, como si esperara que Erika cediera primero. Pero ella simplemente sostuvo su expresión serena, imperturbable, como si nada en el mundo pudiera atravesarla.
—Lo que quiero decir —continuó Alessandro, con un tono más relajado— es que llevas demasiado tiempo revisando esos documentos. Tus ojos deben estar cansados. Si no te sientes bien, vete a casa a descansar. ¿Después de ser mi asistente por dos años, aún no entiendes mis indirectas?







